jueves, agosto 19, 2010

Polisindenton

Suaves texturas que rugen, se queman, luchan, desaparecen. Así era un beso con P, y no es que nos hayamos dado muchos, pero al menos el único que nos dimos duro horas. Horas interminables en donde los besos eran cortos intervalos de la eternidad. Tamborileante cadencia de un cuerpo excitado, negros pensamientos enmarcados en una escena romántica, silenciosos orgasmos no logrados. Su cuerpo era tan suave, tan delicado, que era imposible pensar que al tocarla se evaporaría, era imposible no desear tocarla y a su vez desear no hacerlo. El beso, que no pretendía ser un preludio de nada, duro horas, porque el beso en si fue función, fue la conclusión de una despedida, fue la curva que define el cierre del trazo infinito de un circulo. Podría haberla mirado a los ojos y verme reflejado en esos ojos caramelo, tan claros, tan luminosos que hubiera tenido miedogusto de morir fulminado, tan rápida y tan efectiva su mirada, tan llena de lo indescriptible del momento. La conocía desde hace tanto tiempo y no la conocía, había jurado amarla por siempre en un juramento inocentemente tentador, un pacto de sangre silencioso y honesto. Yo creo que ese juramento siempre me persiguió y solo pudo ser liberado en ese momento.
Luego la oscuridad, el fin del preludio, el adiós. Y así se fue P de mi vida, tan suave y tan frágil, que no quedaba más que hablar de ella como si me hubiera tocado un ángel, fulminado por un rayo indolente que yo mismo había suplicado
Hoy me la volví a encontrar en la calle, la mire y me devolvió la mirada y me regalo una sonrisa. Sin mediar palabras la volví a besar. En ese momento me percate que estaba al lado de un tipo que media como dos metros de largo por uno de ancho, el cual procedió a sacarme la putamadre, mientras yo, sin atisbos de valentía, huía cuidando la retaguardia. En la huida he sabido que yo siempre he sido mejor escribiendo prosa que poesía y me he jurado no volver a intentarlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Besos que erizan la piel, seguidas de sacadas de madre.
Historias de la vida real.
Saludos,
Romina