martes, marzo 09, 2010

Pollito con papas

Encontré a M en el lugar más raro en que pensé podría encontrarla: una pollería. Aunque ahora que lo pienso con detenimiento eso no me debió extrañar, siendo que años atrás éramos adictos al pollo a la brasa, éramos misios también, y los pocos soles que rara vez juntábamos lo usábamos para deleitarnos con aquel sabroso manjar. En esas épocas yo estaba en la Universidad y M había empezado a trabajar para ayudar en su casa, así que su magro sueldo como degustadora en un supermercado solo alcazaba para pagar la luz, el agua, parte del teléfono y el resto, que eran como 100 soles al mes, quedaba para ella (y eso sin contar que con esos 100 también tenia que transportarse en micro) con lo que nuestro presupuesto para pollos quedaba reducido a nada. Aun así éramos gourmets en el arte de elegir la pollería perfecta según como caía la grasa de las barras en donde se ensartaban a las aves. Recorríamos kilómetros de distancias peatonales en busca de una pollería más barata que la otra, de modo de ahorrar algo, pero no tan barata como para sentir el sabor del pollo congelado hacia 4 días. Un día, a nuestra aventura gastronómica se sumo la sexual. Hacía meses que ella y yo teníamos tiempo haciéndolo. Frenéticamente habíamos descubierto el sexo entre apurados arrumacos en la escalera a su azotea o en desesperados encuentros en su sala, en donde tirar rápido era la consigna (luego se preguntan porque hay tanto eyaculador precoz). Sin embargo un buen día, mientras esperábamos al mozo de la pollería, antes que nos traigan el plato, ella se fue al baño. Como nunca decidí lavarme las manos (y eso que yo no soy de esos delicados que hacen la finta en los cines lavándose las manos después de orinar, como si siempre lo hicieran) y al salir note que la puerta del balo de mujeres estaba entreabierta. En la rendija que dejaba ver su mirada coqueta comprendí la travesura que íbamos a cometer. Ni siquiera lo pensé y me metí con ella al baño. De mas decir que esta vez no me demore los míseros dos minutos que tenía que demorarme en llegar cuando lo hacíamos en la sala o en el parque o en el jardín de su casa (jardín es una expresión muy conmovedora ahora que recuerdo ese pedazo de tierra muerta) Cuando terminamos decidimos salir caletamente, yo primero, ella después y sentarnos a disfrutar nuestro glorioso pollo. Jamás probé algo más exquisito que lo que probé ese día, las suaves carnes del ave acompañaban mi relajo muscular y el sabor entre agrio y salado de la ensalada evitaba que me duerma en la mesa. No sé si alguien se dio cuenta y en todo caso ningún mozo dijo nada. Así empezó otro periplo para M y para mi, la búsqueda de pollerías con baños caletas en donde pudiera yo escabullirme. Ahora lo recuerdo con cariño, pero era innegable que muchos de esos baños eran un asco y simplemente al estar ahí estábamos expuestos a trescientos millones de bacterias asesinas, podríamos ser portadores de nuevas y desconocidas enfermedades por el solo hecho de tirar allí. Pero no nos importaba y seguíamos buscando la combinación perfecta entre pecho-pierna jugosa del ave y como sacarle el jugo a su pecho y pierna en los baños. La travesura duro bastante, hasta el fatídico día en que M entro a la universidad. Su familia se había recuperado un poco económicamente y ella decidió estudiar su ya tan relegada carrera de Administración de Empresas. Las juntas en diferentes universidades nos separaron, éramos jóvenes, queríamos vivir la vida y eso era predecible. A la siguiente chica con la que estuve le propuse repetir la hazaña y me miro como si fuera un degenerado total, miserable y enfermo sexual. De todos modos ya contaba con un poco más de dinero así que empecé a ír a hostales en donde ya podía demorarme lo que me diera la gana. Así ha pasado el tiempo hasta el día de hoy, en que perdido en Breña encontré una pollería fluorescente y al parecer sabrosa. Mas por nostalgia que hambre entre a comer y fue allí que volví a encontrar a M, mas mujer y seguramente más profesional. Estaba con un par de tipos al lado, todos con trajes de oficina. Antes de ordenar me acerque, la salude con afecto, conversé con ella un poco y luego, por inercia me fui al baño. Me estaba lavando las manos cuando sentí unos toquecitos en la puerta. Creo que he encontrado un nuevo restaurant favorito

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusto!, buen final